Querido Julio

Querido y admirado Julio:

Espero que al recibo de estas cuatro letras, te encuentres bien y rodeado de tus seres mas queridos, dando por supuesto que  en la parte del cielo  que te ha tocado, puedan llegarte y puedas leerlas, yo por el momento un poco mas achacoso pero bien, gracias a Dios  no me puedo quejar.

Te escribo solo para decirte que ayer te vi, cuando ya la noche había caído lentamente, y la luz clara y diáfana del día había ido palideciendo poco a poco hasta que la oscuridad se había hecho dueña de todo, con un manto de estrellas que cubrían la ciudad, y el río Guadalquivir a su paso por la Ribera pausaba su remanso en señal de respeto, y  una fina capa de humedad hacía que se notara mucho mas el frío, y Córdoba nuestra Córdoba, una ciudad nacida para la luz, la callada y sola como la definió el poeta,  se preparaba para desvelar sus secretos a la luna y ver pasear por sus calles a los noctámbulos, bohemios y soñadores, a los últimos románticos.

La luz  tenue de las dos únicas farolas que había en la plaza, hacía que tu figura se confundiera con la oscuridad de la noche, que aunque fría y estrellada era limpia, el ruido de tus pasos, pasos cansados y lentos, retumbaban al golpear con el empedrado de la Plaza del Potro, y el encabritado caballo que hay en la fuente del centro, se detenía en su cabriola tratando de rendir homenaje al maestro.

– vamos Pacheco, que es tarde y hace frío, te oí decir

Y el perro, como sabiendo que los días se le acababan y que los paseos eran cada vez mas espaciados en el tiempo, aligeraba  su paso hasta ponerse a tu altura, al cual le pasabas la  mano sobre su lomo esquelético, característico de los galgos, en señal de agradecimiento y como premio a la obediencia del animal.

-¡valla Vd. con Dios don Julio!, te saludó alguien desde la otra punta de la plaza.

– ¡que El le acompañe!, le contestaste  mientras continuabas con tu diario paseo por las calles solitarias y oscuras, alumbradas solamente por las luces mortecinas de la tabernas, tabernas de Córdoba, tabernas de tratos y sillas de enea, de cante jondo y palmoteo, de siguidillas, soleares y peteneras, de medios de  vino de Moriles y naipes viejos y gastados.

Has salido Julio Romero de Torres a las doce de la noche, con tu traje negro impecable,  tu capa y tu sombrero de ala ancha y como si fuera en un pincel, vas apoyándote  en el puño de plata  de tu bastón, como queriendo pintar tu obra maestra, tu obra póstuma “La Chiquita Piconera”.

Vas despacio, arrastrando tu cuerpo viejo y achacoso por la calles y plazas solitarias, llevando sobre tus hombros la pesada carga de la leyenda que se formó a tu alrededor, donjuanesco y mujeriego, experto en mujeres y gran conocedor del cante jondo, no en vano son incontables la cantidad de figuras del cante y baile flamenco que aparecen en tus cuadros, cantaores, baislaoras y acompañantes, tocaores de guitarra  y personas que jalean y tocan las palmas, todos ellos salidos de la afición que tenías por el mismo, la pasión y la muerte, descrito con perfección en tu lienzo “Cante jondo”, donde idealizas la temática trágica del mismo, el amor y los celos, la pena  y la muerte, la religión y la pasión.

Despacio , muy despacio con tu perro Pacheco al lado, vas por la calle Lucano,  de la Feria arriba y las Tendillas, que Gonzalo Fernández de Córdoba en su caballo de bronce, busca la cabeza de un califa, por  que ha perdido la suya  por los desaires de una morena cordobesa, “La nieta de la Trini”

Calle de Gondomar y Morería hasta el Gran Capitán, Sociedad de Plateros, Circulo de Labradores, tabernas famosas por sus tertulias ya disueltas en el tiempo Chamaco, Lagartijo, Belmonte, calles ahora vacías y desiertas, gentes que se cruzan contigo, y que no saben que fuiste grande entre los grandes, y genio entre los genios, que hasta el Rey Alfonso te visitó en tu estudio de Córdoba, que te nombraron académico de la Academia de Ciencias, Bellas Artes y Nobles Artes de Córdoba, que hasta los Hermanos Álvarez Quintero te dedicaron un ensayo elogiando tu vida, tu arte y tu obra, que Conchita  Piquer cuatro meses después de tu muerte, levantó el aforo del teatro Romea cuando estreno la canción “Adiós a Julio Romero de Torres”, gentes que no saben,  que fuiste personaje controvertido antes y después de su muerte, que solo saben que saliste reflejado  en los billetes de 100 Ptas. y que por eso, tu nombre fue vilipendiado por algunas personas que te acusaron de pertenecer al régimen, cuando en realidad  te fuiste en 1930, antes de que se instaurara en España la primera republica, gentes que no saben que arrastras tus pasos en el recuerdo, al recuerdo de la muerte de tu mujer Doña Francisca, de cómo inculcabas a tu hijo Rafael la pasión por el cante.

Hoy he visto a Julio Romero de Torres, hoy me he cruzado contigo, también en mis largos paseos por Córdoba, y he sentido la tentación de contarte, que tu entierro fue seguido por toda Córdoba, que sobre el féretro pusieron tu paleta y tus pinceles, que a tu paso por las calles fue literalmente sepultado por los pétalos de rosas y claveles que salían de los balcones, que Pacheco murió cinco días mas tarde de pena y tristeza.

Si Julio, Don Julio Romero de Torres tenía que haberte dicho que la cantaora Carmen Casena, también murió de pena días después de tu entierro y que, como detrás de todos los grandes se contaron historias, unas verdaderas y otras inventadas, como aquella de Natalia Castro que decía que  Julio la hizo su amante “el día que al no tener agua para lavarme, me había mojado la cara en agua bendita”.

Hoy te he visto, he visto a Julio Romero de Torres, pasear, soñar y buscar inspiración, para que con  tu forma de pintar, espero y deseo que consigas crear una obra pictórica de esa parte del cielo que te ha correspondido, para que cuando nos encontremos no nos perdamos y sepamos recorrerlo juntos, aunque también pienso en lo que decía el nombre de aquella película “EL CIELO PODIA ESPERAR”,

Con todo mi respeto y admiración.

LUIS MORERA.

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